En diciembre de 1984, cuatro adolescentes —tres chicos y una chica— iban en coche por una autopista en Saint Paul, Minnesota, EE. UU. Se dirigían a un concierto de rock y no se dejaron intimidar ni siquiera por la mezcla de nieve y lluvia. Al pasar cerca del club de golf en Hyde Park, el coche derrapó en el asfalto mojado al tomar una curva y se estrelló contra los árboles al borde de la carretera. Los jóvenes en el asiento trasero solo sufrieron lesiones leves, y el conductor no resultó herido. Pero un chico de 16 años llamado John Bulvard, que iba en el asiento delantero del pasajero, quedó atrapado y sufrió heridas mortales.
Cuando llegaron la ambulancia y la policía, y extrajeron el cuerpo del fallecido del coche, un oficial llamado Brian Coyle tomó varias fotos del vehículo como parte del procedimiento. Luego entregó la cámara a otro oficial, pidiéndole que revelara las fotos y las adjuntara al expediente del accidente.
Unos días después, ese oficial regresó muy alterado con las fotos reveladas y le dijo a Coyle que había algo extraño. En varias fotos aparecían líneas blancas-amarillentas torcidas o quebradas, remolinos o algo que parecía humo de cigarrillo. Pero la más aterradora mostraba un rostro humano distorsionado, como gritando, «flotando» justo sobre el techo del coche. En la misma imagen, cerca de la puerta entreabierta del coche, se distinguía una mancha ovalada parecida a una figura translúcida de un perro sentado de espaldas a la cámara.
Cuando Coyle comparó ese rostro con una foto del fallecido John Bulvard, se quedó impactado: el cabello rizado, la nariz prominente y la barbilla coincidían totalmente. ¿Había captado el fantasma del joven gritando de terror?
Han pasado más de cuarenta años desde entonces, y Coyle ha consultado con numerosos psíquicos y médiums para intentar explicar qué había en esas fotos. ¿Era realmente el espíritu de John Bulvard? ¿Y qué era ese perro?
Según una médium, Coyle captó un momento raro en el que el alma del fallecido ya había abandonado el cuerpo, pero aún se resistía a irse, gritando “¡No!”. En su opinión, John Bulvard, un chico alegre y bondadoso, tenía muchas ganas de vivir. El accidente ocurrió apenas dos días después de Navidad, y él planeaba celebrar con amigos en el concierto. No quería que su vida terminara tan de repente.
En cuanto al perro, John había tenido un labrador que murió ese mismo año. La psíquica afirmó que el perro fue enviado para recibir a John y acompañarlo al más allá.
