La ciudadana brasileña Daniela Almeida Vera, de 81 años de edad y perteneciente a una de las tribus indígenas, llevó el cuerpo de un feto no nacido en su vientre durante más de 50 años, el cual se convirtió en una masa petrificada.
En medicina, este fenómeno se llama «litoide» o «litopedión», lo que literalmente significa «bebé de piedra», y ocurre muy raramente. Esto sucede cuando el feto muere pero no es absorbido por el cuerpo de la madre debido a su gran tamaño, y tampoco se produce un aborto espontáneo.
Para proteger el cuerpo de la madre, su sistema inmunológico comienza automáticamente a cubrir el «cuerpo extraño» con capas de calcio (calcificarlo) para prevenir la propagación de infecciones en caso de descomposición del feto.
En los países desarrollados, las mujeres con un feto fallecido atrapado dentro de ellas se someten a una cirugía para removerlo, pero en lugares remotos como los asentamientos indígenas en la selva brasileña, hay escasez tanto de hospitales como de médicos. Además, la población allí a menudo prefiere buscar tratamiento con chamanes.
Así que, Daniela Almeida Vera, de 81 años, llevó a su hijo en forma de feto petrificado desde 1968. Ese fue el año en que estuvo embarazada por última vez, pero el parto nunca ocurrió. Luego, aparentemente, simplemente lo olvidó.
Sin embargo, en su vejez, comenzó a sufrir dolores abdominales y decidió ir al hospital cuando el dolor se volvió insoportable. Ella misma pensó que tenía una infección del tracto urinario, y al principio, el médico sospechó que tenía cáncer, pero cuando la abuela fue enviada para un escaneo detallado en 3D, de repente se encontraron los restos del feto en su abdomen.
Fue enviada inmediatamente a cirugía para remover el litopedión, y la operación tuvo lugar el 14 de marzo de 2024, aparentemente con éxito. Daniela fue ingresada en la unidad de cuidados intensivos después de la operación, donde murió repentinamente al día siguiente por razones no especificadas.
«Ella era anciana, y somos de un pueblo indígena. No le gustaba ir al médico, y tenía miedo de los equipos utilizados para las pruebas», dice su hija Rozeli.
«Ella no quería ver a los médicos porque tenía miedo de tener un tumor. Simplemente tomaba medicinas para aliviar el dolor», agrega su hijo Vanderlei.
«Estamos en estado de shock, muy tristes. Ella era nuestra madre y la única que protegía a nuestro pueblo, y ahora se ha ido, y nos sentimos perdidos.»
